martes, 1 de febrero de 2011

                                   MOGUER
                            Tanto te nombraron. Tantos                     
                         que el alma se te hizo carne.
 De tanto nombrarte, sólo
 te quedó un nombre imborrable.

   Los pueblos tienen su alma
como la llama su aire.
¿De qué color es la tuya
que se me escapa esta tarde?
Del color de aquella huida
que no tiene quien la ampare.

   Te estoy nombrando sin voz.
Sin eco, por no gastarte.
Entre-dientes y entre-ojos,
a medio sorbo distante.
La palabra que no dije
de pronto se me hizo sangre.

   Te dije campo y te supe
rumor de pinos y mares.
Te dije padre o te dije
clariver. Y fue bastante.
Agolpado, a sol y sombra,
entreherido, desolado,
tú, innombrable.

   Todo el campo a tu cintura
sin que tú te sobresaltes.
Todo el campo enajenado
alrededor de tu talle.
Y yo, tu nombre, soñando.
Y yo, sin nombre, soñándote.
Creciéndote en el costado
como un recuerdo de nadie.

   Me puse a nombrar tu nombre
para ver si así, nombrándote,
el pecho se me ponía
como el pecho de la tarde.

   Tú por el azul. Yo a solas
por tu blancura de jaspe.
La forma de mi pensar
tienes de tanto pensarte.
                                 Francisco Garfias

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